Siempre que acudimos a una ciudad de España y comenzamos a adentrarnos en las calles de su casco histórico, en sus monumentos, sus casas y edificios más significativos tenemos presente en todo momento su historia. Es algo que todos damos por hecho pues de no ser así ¿Cómo mirarlos de igual manera? Gran parte de la magia de un lugar está en su pasado que define su personalidad actual. La esencia de una ciudad consiste en averiguar que usos tuvo antaño, que tipo de personas formaron parte de ella, de que hechos fue testigo. Sin embargo cuando nos encontramos relajados en alguna playa del país jamás pensamos en ello. Sin embargo las playas también tienen su historia.
Resulta inaudito imaginar la presencia de un guía turístico en mitad de la costa explicando a un grupo de bañistas que fue de ese mismo lugar que pisan hace siglos, que usos se le dio, que civilizaciones dejaron su huella en él, de que increíbles sucesos fue testigo. En verano el ingenio de dispara así que vamos a despertar nuestra mente a este tipo de experiencias. Un turismo estival que nos lleva directamente a una de las zonas más visitadas en esta época del año: la Manga del Mar Menor.
Lo que hoy en día es una zona marinera de gran afluencia turística fue cuna de asentamientos desde sus inicios. Imagina el lugar donde ahora tomas el sol como un poblado rodeado de bosque que llega hasta la orilla y salpicado por cientos de cabañas en cuyo interior se acumulan las redes de la pesca. Esto era esencialmente el Mar Menor en sus orígenes, el lugar de acogida de pueblos marineros: Iberos, cartagineses y romanos que supieron explotar de un modo inaudito el lugar.
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